Poesía Poseída,
por la pócima y embrujo,
de la ponzoña,
que me diste a beber,
dejándome maldito.
Mujer, que tu vida se estancó,
en mi dolor,
que deje de ser una cuestión de probabilidad,
y que sin rencor,
golpees mis labios,
con una gran copa de vino
y con tus labios violetas que te lucen.
Que todo sea un pentagrama,
teñido de rojo marrón,
dinámico como tu latir,
al tiempo de las gotas, que destrozan mi pensamiento.
Exorcízame esto que siento,
(amor creo que se llama)
la eutanasia inyéctame,
y dime adiós,
déjame convulsionando,
en medio de esta alameda,
mirando la postal del la virgen
en el maldito cerro ese.
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